Tan solo cuatro meses después de los atentados de París. Tan solo tres días después de la detención de Salah Abdeslam, sospechoso de participar en el 13-N, nos hemos tenido que venir a Bruselas. Y además, vía París.

Cerradas todas las comunicaciones con Bruselas, cancelados o completos todos los vuelos con ciudades cercanas… la única opción, y no fue fácil, era volar hasta la capital francesa, coger un coche y conducir hasta aquí.

El día después, todo apuntaba a que un tercer terrorista había huido pero aún así Bruselas no tenía intención de dejarse ganar por el horror ni el miedo. Se palpaba en la ciudad el esfuerzo por recuperar la normalidad cuanto antes. No era tarea fácil. ¿Tenemos que hacernos a la idea de que debemos trabajar por la paz mientras intentamos frenar el pánico que recorre el cuerpo?

Duelo por Bruselas

Abrieron los colegios. Es cierto que algunos padres prefirieron quedarse en casa con sus hijos, pero otros pensaron que era mejor seguir con la rutina «Los niños no entienden nada, para ellos es difícil, esto aquí nunca se ha visto. Debemos volver a la normalidad cuanto antes aún con el corazón encogido» me contaba una madre mientras llevaba a su pequeño de 5 años a la escuela.

Los hospitales trabajaban bajo una seguridad férrea. Policías en las puertas comprobaban quien entraba, quien salía, por qué y para qué. Cansancio, sufrimiento, pena, incredulidad… así definía un celador el estado de ánimo generalizado del personal sanitario. «La única alegría ahora» – decía- «será ver a los afectados salir de aquí con vida. No tienen que morir, por algo como esto, no»

Parques y estaciones de metro precintados acompañadas por flores en el suelo y velas. Mensajes de paz y amor en cartulinas. Caras serias, ambiente tenso. Y mientras, en la televisión belga emiten la imagen de un pequeño ensangrentado al lado de su madre muerta en uno de los atentados. Y te preguntas ¿Por qué? Y no hay respuesta. Y en medio de todo pesa la obligación de seguir adelante.

«NO, está cerrado, ahí no se puede llegar» Imposible, hasta en cinco ocasiones, conseguir que un taxista nos llevara al barrio europeo. Cierto que algunas calles estaban cortadas pero esa respuesta era producto de la angustia y también de la cautela. Se podía llegar en coche, de hecho así lo hicimos. Pero en esta zona están el Consejo y la Comisión de la Unión Europea a unos metros se produjo el segundo atentado. Y el miedo es libre, igual que la prudencia.

Bruselas tomada por policía y militares. Vigilan edificios, calles, accesos al metro, paradas de autobuses… están presentes en zonas turísticas, puedes verles en supermercados. Incluso registrando a transeúntes: te paran, inspeccionan tu cara mientras la cotejan con la fotografía de tu documentación y registran todo lo que llevas (incluso los abrigos) sin mover una de sus manos del fusil.

Policía y militares también en la plaza de la Bolsa. Ese lugar en el que improvisadamente, o no, los belgas se concentran en momentos relevantes. Homenajear a las víctimas, apoyar a familiares y mostrar la repulsa por estos actos terroristas es lo que une a personas de varias nacionalidades en este lugar. Epicentro de la solidaridad en Bruselas. Juntos cantando «Imagine»

En la carretera que cruza la plaza prácticamente no queda un hueco libre donde dibujar símbolos de paz, pedir justicia o donde escribir los nombres de las víctimas… Adultos y niños plasman sentimientos con tizas de colores en el suelo. Estas son nuestras armas. Juntos cantando «Imagine».

La banda sonora aquí no es otra que sirenas de policía, helicópteros sobrevolando la ciudad, ambulancias pidiendo paso entre coches particulares atascados… y silencio. Silencio que durante varios homenajes corta la respiración… y emoción, la emoción de estar juntos cantando «Imagine».

Virginia Areños
Periodista. Productora General en Cadena Cope