La era digital se caracteriza por su rápida evolución o desarrollo. Casi sin darnos cuenta, el desarrollo de las nuevas tecnologías, y en especial de Internet, ha provocado que, los smartphones, las tablets o los coches conectados, entre otros, se hayan infiltrado en nuestra vida cotidiana. En casi todos los ámbitos de la sociedad, las tecnologías digitales tienen un impacto significativo en la forma en que vivimos y trabajamos, por eso nos encontramos ante una auténtica sociedad digital.

Las tecnologías digitales se han convertido en un requisito indispensable para los nuevos avances en prácticamente todos los ámbitos de la sociedad. El auge de las redes sociales, nuestra interacción con otros usuarios en Internet, el comercio electrónico o la amplia gama de servicios al que podemos acceder a través de nuestra geolocalización provoca que estemos otorgando información a terceras personas que nos define dentro del mundo digital. Por lo tanto, si estamos constantemente facilitando información acerca de nuestros hábitos, nuestros gustos, o incluso nuestra familia, hijos o trabajo… podemos llegar a la conclusión de que nuestra privacidad depende de terceras personas, empresas, o de cualquier individuo que pueda acceder a nuestra información.

Sin duda alguna, aunque el desarrollo tecnológico hace posible una vida mejor, este paradigma no está exento de riesgos importantes. En un contexto así, la educación en materia de privacidad, la responsabilidad de cada usuario en el uso de las nuevas tecnologías o la correcta aplicación de la tecnología teniendo en cuenta nuestra privacidad, son factores necesarios para garantizar la libertad de cada persona.

En otro sentido, considero que la gente es capaz de moverse de forma autónoma y con seguridad en el mundo digital, pero todo viene marcado por concienciar a la sociedad de todas aquellas cuestiones que rodean a la privacidad. El desarrollo de las nuevas tecnologías, más que ser el futuro, es el presente de nuestra sociedad. Hoy en día hay niños en edades comprendidas entre 2 y 5 años que aprenden con tablets en la escuela y, la mayoría de estos niños –casi sin pensarlo o quererlo- ya tienen una identidad digital.

No suena para nada raro que los padres puedan colgar un video en una red social de su hijo bailando, o que una persona suba una foto a Facebook o Instagram de su propio hermano pequeño o, porque no, que un menor se abra un perfil en numerosas redes sociales. Desde mi punto de vista, hemos pasado de una Web 1.0 donde el usuario sólo buscaba información, a una Web 2.0 donde los usuarios somos los partícipes e interactuamos digitalmente, y finalmente comienza a aparecer en nuestra sociedad la Web 3.0 (algunos expertos ya determinan que está obsoleta) donde todo está conectado y dicha conectividad hace que todo sea más fácil.

Hace un tiempo leía en Internet un artículo publicado en el diario ABC que se titulaba “Motivos por los que no debes colgar fotos de tus hijos por las redes sociales” en el cual se exponían los graves perjuicios que conlleva hacer un mal uso de las mismas, además incluyendo la figura de los menores. Acaso no debemos pensar antes de realizar el uso de la red social en aspectos tales como ¿es privado el perfil?, ¿tienes el consentimiento de tu pareja para publicar tal foto?, ¿conocen los padres o familiares las condiciones de uso de dicha red social?, etc. y lo que es aún más importante, ¿los hijos de verdad quieren que esté esa información en la red? Nadie les ha preguntado, y en afirmativo, ellos no saben los riegos y las consecuencia que les deparará en el futuro que dicha información esté en la red.

Reflexionar sobre el futuro de la privacidad es más complicado de lo que la gente puede llegar a creer, y más para todos aquellos profesionales que nos dedicamos en todo, o en parte, a esta materia. La tecnología ha cambiado nuestra forma de vida y el “juego” no ha hecho nada más que comenzar. Quien nos iba a decir años atrás que aspectos como el Cloud, las ya tan famosas Cookies, el Internet de las cosas (“Internet of things”), el Big Data, la conectividad, la privacidad por defecto, etc… fueran a acompañarnos en nuestro día a día.

Desde mi punto de vista, los abogados jugamos un papel clave en esta materia: (i) educación y/o concienciación a las nuevas generaciones de la importancia de la gestión de la privacidad en el mundo digital, y (ii) especialización y/o formación de los juristas para poder prestar un asesoramiento legal correcto.

Nuestra tarea debe ser la de aportar seguridad, confianza y profesionalidad al conjunto de los ciudadanos que son ajenos a los numerosos riesgos al que se exponen cada día cuando se abren un perfil en una red social, se dan de alta en un servicio de Internet, compran un artículo en una web determinada, o realiza cualquier tipo de actividad que suponga el poner a disposición de terceros determinada información.

Uno de los grandes problemas es que la sociedad aún no está concienciada de que es muy difícil o, prácticamente imposible, eliminar tu rastro o identidad digital. Una de la máxima en la red es “no hacer nada que no harías en tu vida física”, o ¿acaso compartiríamos en la calle una foto de nuestro hijo a terceras personas que no conocemos previamente?

La exposición de nuestra información en Internet es cada vez mayor, y en los próximos años todo lo que hagamos en nuestra vida digital quedará registrado. En definitiva, el problema de la privacidad comienza y termina en nosotros mismos y en la forma que gestionemos nuestra información. Soy de los que piensa que todo desarrollo tecnológico finalmente choca contra un muro legal, totalmente imprescindible para la salvaguarda de nuestros derechos, pero el futuro va más allá y la privacidad no dependerá sólo de nosotros mismos, sino también de la información que terceras personas sean capaces de recopilar de nosotros y, sobretodo, del tipo de uso que hagan de ella.

Autor: Jesús Martín Botella
Asociado Cremades & Calvo Sotelo
Departamento de Telecomunicaciones y Nuevas Tecnologías
@Jesusmbotella