Fuerte y orgulloso, con ostentosos espolones, de mirada penetrante y seguro de sí mismo, el Gallo camina con rapidez y seguridad por el corral consciente de su suprema autoridad. Todos se sienten turbados ante su presencia, las gallinas con respeto y coquetería, los pollos con verdadero temor y con una leve mirada escudriñadora que invariablemente busca cualquier signo de debilidad que pueda asomar por fin un día.

Se cuentan de él verdaderas hazañas de liderazgo, resolución e intrepidez, no todas son ciertas, ni siquiera todas son ejemplares ni edificantes, pero todas abundan en su dominio y ayudan a engrandecer su leyenda. Dicen algunas minorías, agazapadas en la oscuridad, que el Gallo consiguió el poder un día en el que el titular, Tolo, un gallináceo enorme, impecable y de generoso plumaje negro, de mediana edad y muy fuerte, se hallaba en una zona poco transitada junto a la alambrada, allá donde lucía una antigua tronera.

Gallo, el Gallo, que siempre había mostrado una gran amistad con su jefe, se le acercó solícito a preguntarle si necesitaba algo y hacerlo o traérselo enseguida. Al llegar junto a él observó sorprendido dos importantes detalles: uno, que Tolo no se había dado cuenta de su presencia. Y dos, que una leve pero profunda queja salía de su pico expresando dolor. Contenía el abdomen –seguramente aquello era el abdomen- y se mostraba vulnerable como nunca nadie le había visto. Algo le habría sentado mal, una piedra –a veces Tolo engullía alguna piedra dura y grande consciente de que le observaban, así mostraba aún más su desmesurada fortaleza-.

Era la oportunidad, el Gallo no se lo pensó. Irguió el pescuezo, acercó más su cuerpo a su dolorido amigo y venerable jefe y le dio tal empellón que éste salió despedido a toda velocidad del cerco colándose por el hueco y yendo a para a la acequia. Varias plumas negras flotaron tras el incidente, dando fe de aquella escena tan violenta que acabó para siempre con la jefatura de Tolo y dio paso a la del Gallo.

Pasaron años, el Gallo ejerció su mandato con sabiduría y habilidad. Todos le admiraban o decían hacerlo. Sobre él se alimentaron todo tipo de historias, algunas míticas. A él le gustaba aparecer como el primero en todo, canto, oratoria, pensamiento, reflejos, velocidad en carrera, resolución de dudas y elaboración de planes perfectos. Si alguno de sus colaboradores se conducía con demasiada competencia, de una u otra manera, acababa confinado en nido hasta pasado un tiempo. En teoría su castigo se debía a otro episodio, pero siempre se daba la misma coincidencia. Gallo –contaban sus biógrafos más oficiosos- tuvo que ver con todas las gallinas del corral, también con las más famosas de los alrededores.

Tanta exposición no estaba bien vista, no era una conducta deseable en un miembro de la comunidad. Vamos, era algo tenido por inmoral. Y Gallo expresaba su disgusto siempre por la irrupción de estos rumores, también sus más directos asistentes. Pero lo cierto era que la abundancia de cuentos de este tipo estaba alimentada por él y su equipo. Listo como nadie, era consciente de que determinadas conductas inconfesables también producían la secreta admiración de los suyos. Todo, y también estos chismes, le conferían un inmenso halo de superioridad sobre el resto al que no solo no quería renunciar, sino que claramente patrocinaba la abundancia de los mismos. Es curioso, pues sus pocos allegados cuando se atracaban de maíz, algo ebrios, contaban que nunca le gustaron demasiado las gallinas en el cuerpo a cuerpo. Las trataba, pero aquello era de una fugacidad vertiginosa. Otra cosa –eso sí- eran los paseos y los cortejos, a los que acudía repeinado y vanidoso caminando como si fuera un pavo, mientras todos le observaban orgullosos de su máximo representante. Dicen que no paraba de mirarse ante cualquier cristal.

Sin embargo, estos aficionados a los excesos del maíz también contaban –guturalmente y con algo de miedo- que siempre había algún pollo joven y guapo con el que la cercanía y la amistad eran demasiado constantes, sin duda para seguir preparando planes y acciones que beneficiasen al corral. Fue un ejercicio largo y con cierta prosperidad.

El Gallo gozó de buena salud y una jovialidad increíble, mantuvo una inteligente relación con la población en la que ésta nunca dejó de considerarle muy carismático y fuera de serie, al menos durante muchos años. A veces entre sus colaboradores alguno se rebelaba, éstos y los que eran apartados por desconocidas razones tenían un idéntico final, marginados y avejentados prematuramente.

Pasó el tiempo y no surgió ningún pollo capaz de competir con el Gallo, ni siquiera de situarse en línea sucesoria, así que se creó un consejo para afrontar el futuro por si éste llegara. Dicen que el Gallo ya aburre, ha pasado mucho desde su llegada y la desaparición de Tolo –nunca se le volvió a ver-. Mantiene su cuerpo erguido y su pico y su cresta aún desatan pasiones pero ya se cansa, no habla como antaño y aunque cumple con todas sus obligaciones y hasta siguen alimentándose sus leyendas de donjuán, los más jóvenes y mucho veteranos le evitan. Nadie quiere oír más batallitas.

La vida está llena de pollos, mejores y peores, de granja y de campo, ninguno es para siempre.

*Dedicado a todos los Gallos de toda suerte y condición.

Joaquin Ramirez

Autor: Joaquín Ramírez

Senador por Málaga

MLG Abogado

Presidente de la Comisión de Justicia del Senado

Presidente de Cánovas Fundación.