Nos ha llevado mucho tiempo darnos cuenta del papel de las emociones en nuestra vida. Hasta hace unos pocos años todavía se educaba en la represión de las emociones. No era bien visto expresarlas y costaba mucho aceptarlas.

Pero estaban ahí porque, por más que se nieguen, las emociones son el motor de nuestra vida. De ellas dependen muchas de nuestras decisiones, estados de ánimo, relaciones y acciones. Y quien lo niegue es que no se conoce a sí mismo o no quiere reconocerlo.

¿Qué es lo que nos mueve a hacer imposibles por dar gusto a una persona y pasar de otras? ¿Qué nos conmueve ante el sufrimiento de alguien? ¿Qué nos pasa cuando la tristeza nos invade y finalmente decidimos ponernos en marcha para salir de ella? Es más, ¿qué es lo que nos hace levantarnos cada mañana? Emociones, emociones y emociones que se transforman en sentimientos… Que por cierto, sentimientos y emociones no son lo mismo.

Las emociones son estados complejos del organismo de tipo psicofisiológicos. A nivel biológico tienen su origen en el sistema límbico del cerebro y tienen su centro en la amígdala cerebral. En las emociones intervienen varios factores: fisiológicos (sobre todo hormonas y neurotransmisores), cognitivos (cómo procesamos la información tanto a nivel consciente como inconsciente) y conductuales (todo aquello que determina distintas conductas comunicativas como expresiones faciales, tono de voz, etc.).

Los sentimientos, en cambio, son el resultado de una emoción, el vehículo que utiliza la emoción para expresarse. Son más racionales, tienen su origen en el neocortex y se localizan en el lóbulo frontal. El cerebro se encarga de convertir las emociones en sentimientos mediante el procesamiento de las hormonas y los neurotransmisores.

Por todo esto, intentar controlar las emociones que no nos gustan, como el miedo o el enfado, no tiene mucho sentido. Con ello solo conseguimos que se intensifiquen más. Lo sano es aprender a gestionarlas. ¿Qué hacemos con ellas? ¿Cómo les damos salida sin que hagan daño? Controlarlas es intentar que desaparezcan bien sea mediante la razón, autoconvenciéndonos, obviándolas, etc.

No nos damos cuenta de que la represión de una emoción daña nuestra salud porque negarlas sólo hace que busquen salir de otro modo (insomnio, rigidez corporal, adicciones, falta de espontaneidad, dolores, problemas digestivos, etc.). Cuanto más fuerte es la represión de una emoción, más fuerte y explosiva será su liberación en algún momento de la vida. Y ojo, pueden llegar incluso a enfermarnos gravemente. Así que lo sano es permitir que las emociones fluyan y aprender a gestionarlas. Gestionarlas es aceptarlas, acoger la información que nos dan de lo que nos está pasando, y luego decidir qué hacemos con esa emoción de manera segura y que nos beneficie de verdad sin dañar a nadie. Toda emoción expresa una necesidad de fondo que tenemos que descubrir para decidir cómo satisfacerla sin que nos haga daño a nosotros mismos ni a otros. Y esto se puede aprender.

Sin embargo, me encuentro por el mundo cada vez más personas que no saben gestionar sus emociones. O bien se convierten en aguas reprimidas que acaban pudriéndose, o bien en auténticos tsunamis que arrasan a su paso dando rienda suelta a las emociones dañen a quien dañen. Pero muy pocos son presas naturales donde las emociones fluyen y a la vez permiten que sean canalizadas para el bien personal y de otros.

Ojalá hubiera más interés por conocernos, aprender a gestionar nuestras emociones y tomar decisiones escuchando nuestro cuerpo. Esto nos haría más y mejores personas. Evitaríamos muchas enfermedades y muchos problemas personales e interpersonales.

Xiskya Valladares

Autora: Xiskya Valladares

Religiosa, periodista, filóloga, fotógrafo, tuitera, bloguera.

Directora Revista Mater Purissima, co-fundadora de iMisión.