Hoy sábado hace ya … 53 años que tal día como el 30 de enero de 1968, la entonces princesa Sofia daba a luz su primer hijo varón en la clínica madrileña de Nuestra Señora de Loreto.

La cadencia normal habida entre la boda y la primera falta, diez meses, y entre el nacimiento del primer hijo a los diecinueve meses de casados y el segundo, treinta meses después de casarse, se prolongó angustiosamente en el tercer embarazo de doña Sofia. Habrían de transcurrir nada menos que más de cuatro años, hasta el nacimiento del ansiosamente deseado hijo varón, al que se lleva esperando desde hacía … seis años. Suponemos la angustia de doña Sofia desde que supo que estaba embarazada y desconocer el sexo de su futuro hijo. Durante todo este tiempo, su más dulce esperanza fue no perder la esperanza. Hay que esperar hasta cuando se está desesperado. Aunque la esperanza suele dar los placeres más falsos y los dolores más verdaderos.

TODOS DESEABAN EL VARON

Pero, cuando en abril de 1967, se supo que la Princesa estaba de nuevo embarazada, aquel embarazo produjo en la familia un agudo sentimiento de inquietud. Fue cuando doña Sofia comenzó realmente a sufrir, preguntándose si sería niño u otra niña. Don Juan Carlos se consolaba pensando que “a la tercera tiene que ser”. En aquella época no había posibilidad de un diagnóstico prenatal del sexo mediante ecografía, se ignoraba que en el útero de Sofía, latente, replegado, compacto, dormido esperando nacer, había un niño, el niño, ese niño que todos deseaban.  Varón deseaban los padres; varón los abuelos; varón también el general. Todos querían lo mismo. Y todos por el mismo motivo aunque con variantes muy matizadas. Doña Sofia quería un hijo que pudiera convertirla en madre del futuro Rey y, pasado el tiempo, en la reina Madre que hoy es; don Juan Carlos, un heredero que consolidara el carácter dinástico de la Institución; Don Juan, el abuelo paterno, un heredero para su hijo como éste lo era de su padre. La reina Victoria Eugenia, el varón para que prevaleciera el orden sucesorio natural. Y para la reina Federica, un paso más, el más importante para que su hija se convirtiera en Reina de España cuando ella misma ya no lo era de Grecia.

CONSTANTINO TAMBIÉN AL EXILIO

Precisamente el golpe militar de los coroneles y la caída de la Monarquía en Grecia con la consiguiente huida del rey Constantino y su familia, incluida la Reina Federica a Roma el 14 de diciembre, puso en peligro el embarazo. Tan dramática imprevista y repentina fue la caída que incluso el propio rey Constantino huyó de noche solo con lo puesto. El sábado 16 de diciembre, su cuñado, el príncipe Juan Carlos, tuvo que enviarle ropa suya a la capital italiana ya que ambos eran de talla y tipo muy parecidos.

Por aquel entonces, mediados de diciembre, doña Sofia se encontraba en el octavo mes de embarazo. Y según me contó el doctor Mendizábal, su ginecólogo, que ayudó a traer al mundo a las infantas Elena y Cristina, la princesa se encontraba angustiosamente preocupada por no poder conocer el sexo del fruto que llevaba en el vientre. Le aterraba fuera otra niña. A pesar de ello, preparó a escondidas las ropas de color celeste para un niño desechando el rosa de las niñas, color que empezaba a odiar. Estoy seguro que la ministra de Igualdad se reirá con esta preocupación de doña Sofia. Tan grande era que, tres días antes, se presentó en la clínica para que indujeran el parto. No fue posible y tuvo que regresar a Zarzuela.

¿MACHOTE? ¡SI MUCHO, COMO SU PADRE!

El 30 de enero de 1968, fue un día muy frío con una máxima de 10 grados y una mínima de 5 en Madrid. A las doce de la mañana, doña Sofia descendía por su propio pie de la habitación 605 de la clínica de Nuestra Señora de Loreto, en la Avenida reina Victoria (hoy residencia de ancianos), la misma que había ocupado en los nacimientos de Elena y Cristina, para dirigirse al paritario. La acompañaba su madre, la reina Federica, y su marido, el príncipe Juan Carlos. Treinta minutos después daba a luz aunque la expulsión duró exactamente … ¡veinte minutos!

Don Juan Carlos no se desmayó como escribió un periodista. Yo estaba allí. Lo que si hizo fue declarar: “Mi alegría es enorme por este primer varón de mis hijos. Soy tan feliz que me han entrado ganas de abrazar a todo el mundo. No sé qué habré dicho al enterarme que era niño. Solo sé que di un gran salto de alegría al ver que era un niño rubio y con los ojos azules” ¿Y doña Sofia?: “¡Estoy contentísima!  ¡Imaginaos! ¡Después de dos niñas seguidas nos ha nacido el varón!”.  No dijo un varón, sino “el”, el niño de todas las quimeras, de todos los sueños y del deseo de don Juan Carlos que ya pensaba violentar el orden tradicional de todas las monarquías, saltándose la primogenitura que ostentaba la infanta Elena, para designar al niño que nació ese día … ¡el heredero!

También para Franco de quien dependía el futuro del príncipe sucesor suyo a título de rey y, como consecuencia, del niño que acababa de nacer.

Esa preocupación se puso de manifiesto en la pregunta que el general le hizo al príncipe cuando éste le telefoneó a El Pardo a los pocos minutos del nacimiento, para informarle.

¿Ha sido machote?, le preguntó.

“Si, mucho, mi general, como su padre” le contestó el príncipe.

Dicen que solo le preocupaba saber eso, si había sido varón. Incluso se olvidó preguntar por la madre.

Autor: Jaime Peñafiel – Periodista