Llevamos mucho tiempo sufriendo un mal que invade casi a cualquier rincón de nuestras instituciones, no solo políticas, también empresariales o de los propios representantes de los trabajadores (sindicatos), ese mal es el de la corrupción.

Si nos fijamos en el significado que de la palabra corrupción ofrece la Real Academia Española, ésta, en su acepción cuarta y referida al concepto técnico-jurídico, dice: “En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores”

Vista la anterior definición de la corrupción, podríamos pensar que en cualquier colectivo de personas, asociadas para la consecución de un fin común, ese mal que tanto daño está causando en España y en otros países de nuestro entorno, no estaría a salvo de aflorar. Es decir, cualquier persona, dentro de una organización pública o privada, puede utilizar las funciones o los medios asignados a esas mismas organizaciones en provecho propio.

Ahora bien, si pensamos lo anterior, estaríamos dando por sentado un axioma que no se ajustaría a la realidad ni tampoco daría cabida a la obligada y prudente presunción de inocencia que tiene que imperar en cualquier Estado de Derecho.

Evidentemente, no en todas las organizaciones se dan casos de corrupción, es más, aun conociendo el preocupante incremento de esas prácticas tan deshonestas, dichas prácticas no suponen la generalidad respecto al total de estos colectivos, aunque también es cierto que tampoco podemos hablar de excepcionalidad.

La pregunta que creo importante hacerse al respecto es: ¿Cuál es la motivación principal que lleva a una persona a cometer estas prácticas corruptas? Es más que probable que un alto porcentaje de los lectores contestaran que la motivación principal sería el querer enriquecerse. Ahora bien, si volvemos a la cuarta acepción que nos ofrece la RAE, ahora sobre el término enriquecer (se), dice: “Dicho de una persona, de un país, de una empresa, etc.: Prosperar notablemente

En esta última definición del término enriquecerse, encontramos varias claves del origen y, quizá también, de la posible solución al cáncer de la corrupción (al antídoto necesario, al que también me referí en este artículo: “Una vacuna para el Ébola y un antídoto para la Corrupción”: http://www.lawyerpress.com/news/2014_10/1510_14_002.html)

Si nuestros académicos han dado por sentado que querer enriquecerse es querer prosperar notablemente, no parece que haya, en principio, una connotación negativa ante dicha pretensión humana, por otro lado, bastante comprensible y hasta recomendada. ¿A quién no le gustaría prosperar notablemente en su carrera profesional o en su propia vida? ¿Acaso no nos gustaría ver a nuestros hijos o a las próximas generaciones prosperar notablemente? Por supuesto que sí, es más, si no tuviéramos la mínima ambición de prosperar, seríamos personas inertes en un país acabado. Sin ambición a prosperar, no hay futuro.

Ahora bien, dicho lo anterior, la reflexión que deberíamos hacer es otra: ¿Cómo haremos para prosperar notablemente? De la respuesta que demos a esta pregunta, mejor, de los caminos que utilicemos para conseguir este fin, dibujaremos gran parte de las posibles causas que originan unas organizaciones más o menos honestas dentro de nuestra sociedad.

Así es, quiero ilustrar alguno de esos posibles caminos con tres ejemplos sencillos para que se comprenda mejor el fondo de esta reflexión:

1º Ejemplo – Familiar: Pensemos ahora en varios hijos que viven con sus padres y en el que uno de ellos siempre se muestra dispuesto a ayudar al resto de su familia, obviamente, lo hace sin esperar ningún tipo de contraprestación a cambio y sacrificando otro tipo de cuestiones materiales no compatibles con el afecto y cariño, con el deber moral hacia los suyos. Con ello, también está sirviendo para que todos los miembros de su familia, no sólo él, crezcan y prosperen. En la otra parte, estaría el hijo que, sin dar nada de sí para el resto de los miembros de su familia, se aprovecha de los sacrificios realizados por los otros miembros de aquélla, en beneficio propio.

2º Ejemplo – Profesional: Un trabajador entra a formar parte en la plantilla de una empresa, es muy probable que esa persona tenga la ambición personal y profesional de crecer dentro de la misma. Tenemos (sin agotar todas las posibilidades) dos tipos de trabajadores: Por una parte, estarán los que realicen sacrificios y demuestren su valía y competencias en el día a día, con su propio esfuerzo, tesón y méritos profesionales. Por otra parte, podemos pensar en otro tipo de trabajadores que buscarán otro tipo de atajos para prosperar o crecer en esa compañía, en estos casos, demostrarán otro tipo de conductas, como medrar ante sus superiores, aprovecharse de méritos ajenos en beneficio propio, etc.

3º Ejemplo – Sociedad: Aquí vamos a fijarnos en dos tipos de representantes políticos, por un lado, pensemos en el que siempre esté preocupado por las necesidades de sus ciudadanos, que sacrifique su tiempo por querer ayudar a los demás. Cada pequeña ayuda de este político para aquéllos, se convierte en una gran aportación para que la sociedad pueda ir resolviendo sus necesidades y, en definitiva, prosperar colectivamente. Por otro lado, tenemos el ejemplo del político que únicamente piensa en su beneficio propio y escoge el camino de servirse de su pueblo en vez de servirle como sería su responsabilidad.

Como pueden ver estos tres ejemplos sólo son un apunte rápido, a modo de pincelada, de un enorme mosaico variado en tonos y colores que conforma el panorama de lo que podríamos denominar como valores y desvalores de las sociedades.

A los que nos dedicamos a temas jurídicos, en los últimos tiempos, nos están llegando también los ecos de una sociedad muy cansada, muy harta y contrariada por tantos casos de corrupción que no dejan de cesar casi a diario. Desde los que tienen la responsabilidad de legislar parece que, ahora, empiezan a querer contener la grave preocupación de los ciudadanos, aprobando más leyes contra la corrupción, que se añaden a la ya muy saturada hipertrofia legislativa que tenemos en España.

Mi planteamiento, es diferente, aquí mi humilde consejo para el legislador y, también para los ciudadanos, entre los que me incluyo, que sufren y padecen de esta lacra de la corrupción:

La posible solución para acabar con la corrupción no pasa por aprobar una y otra ley, legislar es necesario, pero no es tanto cuestión de leyes, como sí de Educación. A un niño pequeño, si sus padres le dan un recado para que baje a comprar el pan y cuando lo lleve a su casa, se queda con las vueltas de ese dinero, los padres, en ese caso, tendrán que explicarles el por qué eso no debe hacerse, las consecuencias que esa conducta acarrea no sólo para él, también para el resto de su familia y, hacerle entender que, haciendo eso, nunca va a prosperar notablemente, porque tarde o temprano, el hecho de quedarse con dinero ajeno, le acabará pasando factura y, hará un terrible daño también a su propia familia.

Por tanto, mi receta es otra, se llama Educación. Educando bien, educando en los valores y no en los desvalores, podremos explicar que enriquecerse es bueno, porque significa prosperar notablemente, pero los caminos para enriquecerse de forma justa, no los deberían marcar tanto las leyes, como sí una correcta educación en los Valores.

Carlos-Lacaci

Autor: Carlos D. Lacaci

Abogado y Consultor