Cada vez que un militar habla, los oídos se agudizan intentando analizar hasta las comas de lo que dice; incluso alguno se las compone para encontrar, donde no hay, una noticiable declaración fuera de tono. Hablar con sinceridad y honradez supone, en no pocas ocasiones, verte envuelto en emboscadas peores que las del combate. El arma utilizada consiste en tergiversar las palabras; el espíritu que acompaña a estas batallas suele ser la mala intención.

No, no nos confundamos, no son los militares los que se pronuncian amenazantes, ni de obra ni de palabra. Ya están muy lejos aquellos tiempos del “golpe de timón”. ¿Lo recuerdan? No fueron las Fuerzas Armadas ni la Guardia Civil las autoras de aquél horrendo cuadro ni son los militares los que están en poder del enigma. La trama no se gestó en los cuarteles. Sabemos que alguien tiró la piedra y escondió la mano. Las Fuerzas Armadas en su mayoría presenciaron, como todos los españoles, atónitas y avergonzadas, aquella comedia sin saber quien la representaba. En el cepo cayeron los conejos y se escaparon los zorros, aunque allí dejaran ese olor que llega hasta nuestros días.

Ahora son otros, quizás los mismos, los que ofenden y golpean en lo más íntimo del sentimiento de millones de españoles y de su Constitución. Ponen en juego, es decir, en peligro, la unidad de España. ¡Ahí es nada! ¿Quién es el responsable de permitirlo?

Las Fuerzas Armadas han hecho su transición de manera tan modélica y ejemplar que algunos deberían imitarlas. Se acabaron los tiempos de los espadones o de los salvadores de la patria; es la hora de la cordura, de la sensatez, de que cada uno cumpla con su deber, con la responsabilidad que su cargo le exige; y sin mirar para otro lado. Es la hora de la responsabilidad y de exigir responsabilidades. Es la primera obligación que, desde la más alta magistratura del Estado hasta el último de los españoles tenemos, aunque es muy distinta para cada uno.

Obligación es responsabilidad, cargo moral, y de ella se derivan responsabilidades, es decir la obligación de reparar y satisfacer los errores cometidos ante la justicia, que debe aplicarse igual a todos. Pero vemos que unos son más que otros y su aplicación no es la misma para unos que para otros. Hay muchas argucias legales y se acaba teniendo la sensación de que “nada es verdad ni es mentira; todo es según el color del cristal con que se mira”.

Demasiados “dependes” penden de nuestro sistema ejecutivo, legislativo y judicial. Es el momento del pueblo soberano, de que asuma su soberanía, la responsabilidad que le corresponde como Nación y dejarse de intereses privados o de partido. No necesitamos espadones, sino líderes que nos guíen y que, además de dialogar, apliquen la Constitución.

Pero lo más apremiante ahora, ¡ya!, es no permitir que se rompa la unidad de España. Eso tiene responsables. Unos por proponerlo y ponerlo en marcha; otros por permitirlo. La responsabilidad no solo exige cumplir la ley, también hacerla cumplir.

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Autor: Rafael Dávila

General de División (R)

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