Quiero empezar estas líneas, agradeciendo la invitación de Lacaci & Delgado Abogados para escribir este artículo en su blog.

Los niveles de preocupación ciudadana en esta pandemia han evolucionado al compás de los acontecimientos. En el primer momento, ante la trágica envergadura del número de muertos y de infectados diarios, las imágenes dolorosas y escalofriantes de la situación de las UCI hospitalarias y la habilitación de morgues específicas, generaron como primer objetivo de la ciudadanía algo tan simple como no infectarse para no fallecer.  Salvar la vida, vamos. El paso del tiempo, la noticias que reducían, aunque no de modo dramático, esos parámetros, provocaron a que, sin alejarse del todo del miedo a morir, apareciera en este lamentable escenario el espectro terrible del caos económico y sus derivadas sociales. A este segundo momento me refiero.

La coincidencia de los análisis de las instituciones, a ello dedicadas, son contundentes: profunda recesión económica con componentes jamás vividos. Desde un 6 por 100 a un 25 por 100 de caída del PIB. En todo caso demoledor. Adicionalmente, el destrozo es mundial, aunque, como siempre sucede, en unos lugares más que en otros. Ya que de virus hablamos hay que notar que el efecto perverso de un virus o bacteria en un organismo vivo depende de dos factores: la potencia dañina del propio virus y el estado del cuerpo en el que se aloja, de modo que, si este último adolece de una inmunología debilitada, la potencia vírica se incrementa exponencialmente. Pues al igual sucede, como apunta acertadamente el catedrático Juan Torres, con el “virus” económico que nos afecta. La pregunta entonces es: ¿cuál era el estado inmunológico de nuestra economía en el momento en el que el Gobierno decreta la paralización de todas las actividades?

Sin profundizar en este extremo se puede decir que crecíamos, pero con síntomas inequívocos de una desaceleración, como mínimo, derivada de una incipiente crisis de oferta y de los males no curados del sistema financiero, además de un modelo productivo en exceso orientado al sector servicios.  Pero esos datos que hubieran podido ser controlados se encuentran con el panorama desolador y nunca previsto de una orden política —con soporte científico, entiendo— de congelación de toda actividad económica del sector privado, y enfatizo en este punto porque el sector público —centro de gasto— ha seguido viviendo al margen de la tragedia que se sufre en el sector privado, centro de producción.

Resumamos en una palabra: la paralización implica que se deja de generar dinero, las empresas y las economías domésticas no ingresan y sin dinero una economía de corte capitalista no funciona. Tan simple y complejo a la vez como eso. ¿Solución? Necesitamos dinero con urgencia. Pregunta clave que responden mal algunos: ¿de dónde lo obtenemos?

España hace tiempo que renunció a su soberanía financiera y monetaria. Carece de moneda propia y de capacidad para determinar lo que se llama el límite de la circulación fiduciaria, la cantidad de dinero en circulación. Lo cedimos a la UE y hoy esa soberanía reside en el BCE, controlado por las potencias centro europeas. Por cierto, aprovecho para contestar ciertas afirmaciones nacidas posiblemente de la ignorancia que siempre ha tenido la virtud del atrevimiento.  Hay quien asegura, en ese contexto, que menos mal que carecemos de banco emisor porque de tenerlo iríamos de cabeza al desastre. Anatematizar un banco central emisor, por el mero hecho de existir, es una prueba, como digo, de profunda ignorancia. Inglaterra, EE.UU, Dinamarca, Suecia, Noruega, Suiza, Japón, entre otros, disponen de ese instrumento que, por cierto, es consustancial a la soberanía nacional.  ¿Son países estúpidos? Pues no. Más bien, todo lo contrario: son estados maduros que pueden disciplinar sus movimientos financieros al compás de lo que reclamen los ajetreos reales de sus economías.

Lo malo, por tanto, no es disponer de un banco central sino de políticos que hagan un mal uso de esa soberanía. A nadie, que yo sepa, se le ocurría anatematizar el coche afirmando que es mal asunto porque existen conductores borrachos que pueden atropellar a personas viandantes. Estupidez supina: lo que hay que hacer es evitar que conduzcan los alcohólicos estructurales o de ocasión. Pues lo mismo sucede con esa institución. El problema son los gobiernos populistas, como sucedió en argentina con Perón, que destrozan la economía y la vida social manejando sin pudor, lógica, coherencia y mínima disciplina un instrumento tan poderoso. Recuerdo los debates de aquellos días previos a la cesión de nuestra soberanía. Desde el Banco de España, su Servicio de Estudios, se decía que había que renunciar a esa soberanía porque nosotros éramos incapaces de gobernarnos adecuadamente por nosotros mismos… Vaya por Dios.

Pues bien, sigo. Ahora no nos queda más remedio que acudir a la UE. ¿Y el famoso mercado? Seamos claros: España está más endeudada de lo que sería lógico. Eso hace que el mercado desconfíe de nuestra capacidad de pago, como desconfían los bancos y financieras de los individuos y empresas que se encuentran sobre endeudados. Si emitimos deuda el mercado no nos la compra, aún ofreciendo tipos de interés demoledores para las cuentas públicas. Quizás por ello los movimientos que detectamos en el BCE de la Sra. Lagarde consisten en comprar deuda en el mercado secundario. Un alivio, pero no un remedio. Obvio. ¿Vendemos nuestras empresas a precio de saldo en estos momentos para obtener dinero de los buitres financieros? Por Dios…

Bien ¿van a emitir dinero para nosotros? ¿Nos van a transferir esas brutales cantidades que necesitamos sin contrapartida? Eso quiere el gobierno español. ¿Y es sensato? Pues no. Eso no va a suceder. Vamos a ver: si emitimos un dinero en euros sin contrapartida en la economía real, creamos una masa fiduciaria artificial, y eso afecta a toda la zona monetaria, esto es, Europa, y en consecuencia si nos regalan dinero a nosotros salen perjudicados todos los demás, en la medida correspondiente a cada uno. Pretender que tal cosa suceda se califica de “solidaridad” política. Los centroeuropeos la llaman despropósito: un país como España va a sufrir mucho mas que los demás por varias razones. Primero por excesivo endeudamiento; segundo por haber reaccionado mal y tarde a la pandemia; tercero porque carece de un tejido industrial potente y cuarto por su excesiva dependencia del sector servicios y en particular del turismo. Así que, —dicen por centro Europa— nosotros no somos responsables de semejantes errores y regalar dinero en esas circunstancias es obligar a nuestros ciudadanos a sufrir un coste sin razón de fondo alguna salvo la etérea “solidaridad” europea. España —aseguran— debió empezar la “solidaridad” no tirando el dinero en propósitos políticos ideologizados y carentes de sustancia racional.

Bien pues entonces lo que nos llegue arribará a nuestro puerto vía préstamos, aunque tal vez alguna pequeña cantidad en concepto de anticipo no reintegrable. Lo malo de los préstamos es que hay que devolverlos. Y el acreedor quiere garantizarse de que eso sucederá. Aquí viene el fantasma del “rescate” y de los “malvados hombres de negro”. Seamos claros. El rescate y sus hombres de negro nacen del juego combinado de dos datos: el mal manejo de las finanzas públicas (y del modelo productivo) en el pasado y de la desconfianza de que serán correctamente utilizados los fondos cedidos desde Europa. Siempre lo mismo: desconfianza en nuestra capacidad de actuar adecuada y ordenadamente. ¿Y tienen razón? Pues la historia se la concede, claro.

¿Debemos ahora anatematizar a los que nos “rescatan”? Vamos a ver: lo tienen muy fácil: no nos dan dinero y dejan que España caiga en el mas profundo abismo económico y social. Si lo dan es lógico que impongan sus condiciones. ¿Motivos para desconfiar? Pues en el gobierno español tenemos con mucho poder elementos ideologizados que son propensos a una utilización ideológico-partidista del dinero. Pues sí, hay motivos para desconfiar.

Y si nos rescatan ¿cuál será la respuesta del gobierno? Pues supongo que esos elementos ideologizados harán todo lo posible por evitarlo. Y de ciertos instrumentos disponen. Pero la máxima sigue siendo válida. No vale la pena pelear contra lo inevitable. Tal vez algún día los españoles aprendamos a gestionar nuestra vida financiera con rigor. Tal vez. De momento nos queda ese posible rescate, pero encima no escupamos al cielo. Aunque vamos a sufrirlo una vez más en nuestras carnes y en las de nuestras familias. Una tormenta perfecta de crisis de oferta y de demanda a la vez.  Y, al tiempo, la historia lo demuestra, seguiremos votando lo mismo, aceptando ser súbditos en lugar de ciudadanos.

Autor: Mario Conde Conde – Abogado del Estado.