Querida hija mía, Es una tarde lluviosa de julio en Vitoria. Estoy sentado delante del escritorio del cuarto de tu madre –menuda jabata tu madre- en una silla incómoda. Tú duermes en la cuna a un metro escaso de mí. De vez en cuando haces algún ruidito o suspiras. Tienes apenas unos días de vida. Eres extremadamente buena. Lloras bastante poco y siempre que lo haces es por una buena razón. Durante estos últimos intensos días (y noches), he pensado que algún día preguntarás qué pasaba en España cuando naciste.

Como prefiero no fiarme de mi memoria, te escribo ahora esta carta que espero leas con interés en el futuro. Los últimos seis años han sido muy difíciles para España. Lo han sido por culpa de una terrible crisis económica. Cuando naciste, cerca de seis millones de españoles querían trabajar y no podían. De ellos, casi 2,5 millones llevaban dos años o más sin trabajar. Y cerca de 750.000 familias no tenían ningún tipo de ingresos. La gente, claro, estaba muy enfadada. Peor aún, estaba desilusionada. Después de tantos años de crisis, había oído a demasiados políticos prometer en vano que las cosas iban a mejorar.

Los políticos son las personas responsables de lo que ocurre en España. Lo son porque dirigen el Gobierno –el grupo de personas que decide por todos en un país- y aprueban las leyes que debemos cumplir. Los políticos pedían sacrificios a los españoles, pero la recompensa por el esfuerzo hecho no llegaba. Cuando la gente no ve recompensado su esfuerzo, se siente engañada. Además, los políticos pedían sacrificios a los demás pero no estaba muy claro qué sacrificios hacían ellos.

Hace un par de años, yo era un político. Lo fui durante los siete años que trabajé en un Gobierno. Ahora ya no trabajo en un Gobierno. Pero me sigue importando mucho la política. Me importa porque hay ideas en las que creo, ideas que influyen en las decisiones que se toman en nombre de todos, ideas por las que estoy dispuesto a luchar.

Los españoles estaban enfadados con los políticos cuando naciste no sólo por la desilusión que les producían. También lo estaban porque éstos no habían logrado solucionar la crisis. Lo estaban porque algunos habían robado. Pero, quizá la mayor razón para explicar su enfado es que los españoles los veían como a gente muy lejana, gente que discutía mucho y explicaba poco. A veces parecía que vivían en otro mundo y que hablaban una lengua distinta de la española. Este enfado fue aprovechado por algunos políticos para intentar ganarse la confianza de la gente aumentando todavía más su indignación. Lo hicieron atribuyendo las desgracias de unos españoles a la maldad de otros. Algunos proponían separar una parte de España para crear otro país en el que, decían, todo iría mucho mejor. Otros decían que ellos debían sustituir a todos los políticos actuales para luego aprobar muchas leyes que obligasen a la gente a ser buena. Ambos grupos pedían más poder para los políticos. Sus soluciones eran muy viejas. Por eso, habría que llamar a este grupo el de los “antiguos”.

Hubo gente hace cien años y más que propuso estas mismas soluciones. Y nunca funcionaron. Más aún, a menudo trajeron lo opuesto de lo que prometían. Por ejemplo, prometieron libertad y hubo tiranía. Enfrentar a unas personas con otras –por su origen o por su dinero- demostró ser un pretexto para aumentar el poder de unos pocos. Esos pocos que, antes de llegar al Gobierno, dijeron que había que acabar con los privilegios y luego resultó que lo que querían era sustituir a los privilegiados. Frente a estos “antiguos” deseosos de acumular poder, había otra gente –yo entre ella- que pensaba que la solución era otra. Había que limitar el poder de los políticos. Esto les haría más cercanos al resto de los españoles. Casi nunca había ocurrido algo así en la Historia de España.

Los políticos se han preocupado por aumentar su poder, no por reducirlo. Por eso las soluciones de este grupo eran nuevas. Este grupo era el de los “innovadores”. La misma división de opiniones entre “antiguos” y “innovadores” existía sobre cómo acabar con la crisis económica. Los “antiguos” pedían más poder para dividir a los españoles y, así, quitarles con más facilidad el dinero a unos para dárselo a otros. Esta solución tampoco había funcionado en el pasado. No funcionó porque el encargado de quitarles el dinero a unos siempre aprovechó su enorme fuerza para quitárselo a todos. Y es que quien puede darle todo a uno, también puede quitárselo todo. Y cuando se puede, se hace. Por eso se dice a menudo que el poder corrompe.

Los “innovadores”, en cambio, querían ante todo limitar los abusos del poder. Pedían que se les quitase menos dinero a todos. Así habría menos abusos, el dinero se gastaría con más responsabilidad y todos podrían ganar más por su propia cuenta. Cuando naciste, no estaba nada claro si ganarían los “antiguos” o los “innovadores”.

Para cuando leas esta carta, ya sabrás quién ganó. Y sabrás si tu padre tuvo éxito o fracasó. Creo que antes me perdonarás haberlo intentado y no haberlo conseguido que no haberlo intentado. Yo, por mi parte, preferiré verte leer esta carta con el recuerdo de las batallas libradas, sin conocer ninguna batalla evitada.

Artículo publicado en el Blog www.pmanglano.com

Percival Manglano

Autor: Percival Manglano

Graduado en Historia Univ. París.

Máster en Económicas y Relaciones Internacionales en Washington Univ. Johns Hopkins

Ex Consejero de Economía y Hacienda de la Comunidad Autónoma de Madrid