La justicia debe imperar en los ejércitos de tal modo que nadie tenga nada que esperar del favor ni temer de la arbitrariedad. Siempre ha sido así. Nuestros viejos Tercios de Flandes reunían en sus filas a lo más preciado de la nobleza o los más famosos escritores junto a los más perseguidos criminales.

Francisco Verdugo, Cervantes, Lope de Vega, Calderón, Ercilla, Cristóbal Lechuga, Hugo de Moncada eran soldados.

No se ha visto en todo el mundo

tanta nobleza compuesta,

convocada tanta gente,

unida tanta nobleza,

que pueda decir no hay

un soldado que no sea

por la sangre de las armas

noble ¿Qué más excelencia?

Bajo la disciplina, que obligaba a todos por igual, la cohesión era fruto de la firmeza, justicia y equidad. No existía más mérito que el comportamiento con honor, honra y valor. La justicia se reducía a que nadie espere que ser preferido pueda por la nobleza que hereda  sino por la que él adquiere.

Democracia del valor y del mérito donde no adorna el vestido al pecho que el pecho adorna al vestido. La República mejor y más política del mundo, un ejército que luchaba  por el rey de España que encarnaba los ideales de la justicia y el derecho. Honor y honra que les obligaba a ser lo que te exiges y exigen, cuando tu conducta es vista y sentenciada, o cuando queda oculta, sin exigencias, y nadie la sentencia.

Cualquier soldado español desde su humilde condición podía, siempre que lo mereciera por su valor y trabajo, llegar a Maestre de Campo y ganar fama y riqueza. Dicen que eran los españoles un pueblo guerrero sin que la guerra hubiese sido, como en otros lugares de Europa, un deporte feudal sino una supervivencia de ocho siglos de Reconquista.

No creemos que fuesen los españoles guerreros por naturaleza sino esforzadas y sacrificadas gentes siempre en lucha por la libertad y la justicia. Aquella era la infantería del pueblo, la que siempre quiso, antes que guerrear, estar bien gobernado sin esperar nada que no le correspondiese.

No es el papel de siervo el que gusta en estas tierras donde se conocen los derechos y el derecho se siente muy hondo. Cuando la arbitrariedad se instala en la cotidiana vida y el favor es el mérito por el que luchar, algo falla en una sociedad que nunca la sombra vil vio del miedo y aunque soberbia es, es reportada.

Este siempre fue un pueblo que sufría en cualquier asalto pero no sufría que le hablasen alto. Ahora parece que todo lo aguantamos y sufrimos. Porque aquí, en fin, a lo que vemos, mucho hay que esperar del favor y temer de la arbitrariedad.

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Autor: Rafael Dávila

General de División (R)

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